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En un preciso análisis de la situación interna del movimiento nacional (cuya lectura recomendamos fuertemente), Gabriel Fernández reflexiona constructivamente sobre la expresión “primero tenemos que unirnos los peronistas y luego hacemos frente a izquierda y derecha con socialdemócratas, empresarios, sectores eclesiales, etc”. La conclusión a la que llega , es compartida por este escriba , en tanto, como bien lo señala Fernández «parece imposible que el kirchnerismo, para construir la unidad, concurra a la misma desprendiéndose de toda una masa militante y dirigencial intermedia que reniega del peronismo y percibe su identidad únicamente afincada en el tramo 2003 – 2015. ¿Porqué una fuerza de esta dimensión participaría debilitada en un encuentro donde cada voto vale mucho? Por tanto, resulta lógico pensar el modo de integrar ese espacio sin pedirle fracturas.» Para reforzar el argumento de Fernández, agregamos una pincelada conceptual, en tanto “aquí hay que arreglárselas para que la gente haga caso y, sobre todo, tener cuidado de no ordenar nunca nada que no se pueda hacer.”
El autor sigue, y sostiene que «los esfuerzos, claro, tendrán que ser compartidos. El sector que conduce CFK debería abandonar la prédica acusatoria horizontal como factor básico de propia identidad. Y dejar de lado, en la misma dirección, la confusión entre banderas parciales que ameritan debates y permiten variedad y la gran bandera del Proyecto Nacional. Tendrá que comprender que es inviable ganar con una prédica eminentemente agnóstica, despectiva para con culturas y creencias distantes de los centros universitarios; y con baja valoración de las organizaciones gremiales donde, ahí sí, los trabajadores se perciben “empoderados”.
En un último párrafo que queremos destacar, el director de La Señal Medios remarca además que «en vez de fomentar esa vorágine, los espacios han persistido, los meses recientes, en la cómoda práctica de imputarse mutuamente. Los argumentos de sus militantes más activos saturan redes y charlas dando cuenta de lo dañino que resultaría reunirse con los “rivales”. Los encuentros convocados tienen apariencias de apertura, pero en la selección de las voces que se difunden sólo pueden hallarse representantes de los núcleos duros. Se esparcen aquí y allá pedidos de censura ante las diferencias, en vez de intentar el desarrollo de discusiones a fondo.»
Es probable que la lógica algoritmica de la cámara de eco, con sus reglas y modismos, haya colonizado la dinámica habitual de la conversación en general, y de la conversación política en particular, para degenerar en lo que bien señala Fernández cuando habla de la hegemonía de las voces que representan nucleos duros y de la censura ante la diferencia, esto es, el no debate. En este sentido apuntamos que , si tal como señalan algunos consultores adeptos a las ideas de globalismo, el individuo es el protagonista de la política actual, está máxima atraviesa transversamente el campo de la micromilitancia opositora, y se materializa en la evidente vocación de figuración individual que tanto se denuncia para el otro lado. Existe, hay que asumirlo, un ethos de red que fomenta la individuación y la parcelación de la opinión. En términos de debate político cada parcela/individuo ingresa en el desafío al propio ego de elaborar un comentario lo suficientemente adecuado para conseguir reforzar la parcela a través de la aceptación por parte de la propia «tribuna», para inmediatamente tomar el látigo y castigar al»otro» sector «que nos llevó a la derrota». Este es, mas o menos, otro de los núcleos problemáticos en términos de debate interno dentro del movimiento nacional.
Por eso en la micromilitancia resulta bastante complejo hablar de doctrina de amor y (al mismo tiempo) autoreivindicarse como los únicos fieles portadores de ella para, acto seguido, despreciar al resto de las fuerzas componentes del movimiento por «falta de doctrina e ignorancia». La adulteración doctrinaria no solo se produce por carencia, sino también por su aplicación museológica para fines (también) expulsivos.
Por otra parte , hace poco citamos en este blog a Eduardo Fidanza, que señalo ante Morales Solá, en enero del 18, que «Cambiemos le quita bienes patrimoniales a la clase media, y los negocia por bienes simbólicos: sindicalistas presos, dirigentes kirchneristas procesados, mayor transparencia…». En este sentido, dijimos también que la de Fidanza no es una advertencia (o caracterización) sólo aplicable al macrismo, en tanto las hiperabundantes caracterizaciones de algunos referentes opositores acerca del evidente colapso autoinfligido por el gobierno actual, con mayores o menores gradientes poéticos, no constituían (no constituyen) propuestas políticas, sino (también) bienes simbólicos bajo la forma de ideas que tienen por función reconfirmar posturas de los ya convencidos. Esto es, todo electorado demanda un relato ilusionante, aspiracional, organizado en un discurso que lo represente. En un electorado de tercios, como el que existe en el país según indica la foto actual, existe un tercio no representado (aún) por ninguno de los discursos que ocupan la centralidad de la agenda política. Ese debiera ser un foco de atención del movimiento nacional: hablar más allá de la endogamia y el internismo, y elaborar cuanto antes un discurso y una propuesta representativa de lo suficiente para tener éxito colectivo, y no tanto para tener razón parcial.
DOCTRINA Y ADAPTACIÓN
Queremos agregar, por último, lo ya vertido en este artículo. Es claro que, en tiempos de desplazamiento de lo ideológico a lo emocional, volatilidad y demoscopía, el esquema interpretativo y práctico de un espacio nacional no puede ser el de 1945. Por esto vale siempre recordar que la dinámica adaptativa de una inteligente transigencia, es lo que ha mantenido viva la capacidad del movimiento para representar mayorías, es decir, para ampliar su base electoral en el marco de un continuo de transformaciones en el tejido social del país, que modificaron identidades, formas de interpelación, y también la relación que mantiene el electorado con las representaciones tradicionales.
Esto significa también que, para defender toda convicción en los mares líquidos de la modernidad, se lo debe hacer de modo francamente político, y no desde una visión melancólica, estática y museológica. Es que,como único portador de una doctrina, el peronismo se encuentra en la encrucijada de una actualidad en la que debe demostrar que, efectivamente, está en condiciones de dar los debates contemporáneos, de orientar sus sentidos y de diseñar acuerdos internos para construir horizontes que vuelvan a movilizar anhelos sociales mayoritarios.
No existe otro camino que el movimientismo para abandonar ese perpetuo vagabundeo por el extenso pero inconducente campo que enmarcan las ideologías teledirigidas. De la práctica constante de las transigencias al interior del movimientl surgirá la alternativa al esquema empañuelado de las representaciones fragmentarias, poniendo lo humano en el centro, y trascendiendo la lógica divisionista y facciosa de los opuestos. En este sentido diremos que el “arte de dividir” no es producto de las estrategias maquiavélicas de un asesor caro. El rédito político del macrismo no depende del evento que utiliza para dividir al campo opositor, sino de la capacidad o incapacidad del campo opositor para no dejarse dividir. De esos anticuerpos depende, en gran parte, el destino del país.
Naturalmente, la unidad dirigencial no garantiza la del electorado; por eso mismo, también depende de los intentos de las bases acercar posiciones y no radicalizar diferencias. Porque el dilema de las fuerzas políticas radica en, o bien reforzar las posturas facciosas, o bien brindar los vectores necesarios para evitar la balcanización del heterogéneo campo nacional. Esto es, en términos de acción política, expulsar para debilitar, o incorporar para fortalecer.
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